Cruzo la de siempre pero pal otro lado, hasta la plaza que no tiene nombre creo, pero ahora sí rejas, y bueno.
El frío es maldito y cualquiera, si es otoño nuevito recién!
- Queréferné? Bueno, dale le contesto sorprendiéndolos y me quedo en la parada con los tres pibes conocidos recién gracias a la frase; sí ya fue, pienso y a cambio les doy fuego, y les daría, no sé, no, no.
Viene el siete seis y está bien que a veces vengan rápido los cosos para variar; el fernet ya está escaseando, así que saludo y subo y flasheo porque está completamente vacío el colectivo, aunque pensándolo bien, quién va a Coghlan a las dos a eme además de mí?, y mejor. Paso por el barrio de cuando iba al colegio y por la estación, y ya no me sabe a ná, me debo estar haciendo madura o basura, y veo que la plaza esa también está enrejada, qué loco, pienso, y en eso sube una puta de las viejas, saca uno de noventa y se me queda mirando a través del espejo.
Bajo en Washington y me pregunto si allá en el norteamerican cantri existirá la calle Buenos Aires y al segundo me contesto que no, que obvio que no, y después me sonrío por dentro por habérmelo preguntado: al final no me hice madura un carajo, genial.
Cruzo la avenida esa, la de la muerte inminente, sin un rasguño y toco el timbre y pienso que tal vez sea la última vez que toco el timbre ese porque se mudan, después de tanto y tanto tiempo, y me da escozor.
Por la ventana aparece un ojo y me abren.
Ah, faltabas vos, dice y me encanta que se note mi ausencia de vez en cuando, sí. Hay dos reuniones diferentes y yo me voy a la cocina, obvio, si está llena de botellas en medio de algunos amigos más.
Alguien dice que hay flores arriba y bueno, ya fue, y entonces pienso que a esa terraza de las guerras de agua y las patrullas motorizadas del FBI seguro tampoco la voy a volver a pisar y me pongo la capucha azul porque cada vez tengo más frío.
Entre los seis que somos y el humo hablamos de los pies, a mí me da escalofríos pero de los malos que me rocen con un pie, digo, y de pronto soy el centro de la cháchara de los pies y debe ser porque nunca me acuerdo de cortarme las uñas.
Mientras siguen con los talones y dedos gordos, sucede: empiezo a ver todo desde afuera como si fuese otra más de ellos y no yo y cuando pasa eso me asusto cantidad pero lo pienso bien y no, no giro las miradas hacia mí, ya bastante con lo de los pies y eso; mejor me lleno la bocaza de sandía y me callo un rato.